Victoriano Reyes C. |
Los estrados judiciales de diversas partes del mundo están ocupados en querellas por adulteración del aceite de la vida: le reputación. Los jueces tienen la palabra, porque las indemnizaciones que se cobran son enormes. Se recuerda el caso de la película sobre Rasputín, el Diablo Sagrado, que dio origen a un juicio de parte del Príncipe Yussupov, porque el relato cinesco no se ajustaba a la verdad y hería reputaciones familiares.
Ahora el hijo del famoso tenor Enrico Caruso y
dos nietos de éste han enjuiciado a la compañía de películas que hizo “El Gran
Caruso”. El argumento esgrimido en defensa del fenecido cantante operático es
que la cinta “desnacionaliza al abuelo” y que el triunfo inicial de Caruso es
ubicado erróneamente en EE.UU., además de que el cantante no era un desconocido
cuando llegó a Nueva York. Respecto del intérprete Mario Lanza, los parientes
de Caruso lo consideran un principiante…
Otro juicio sobre reputación herida es el
iniciado por la familia de Rodolfo Valentino en contra de los productores de la
película sobre la vida del inolvidable intérprete del Águila Negra y el Hijo
del Sheik. La demanda habla de “vergüenza, ridículo, humillación y
mortificación”.
En la realidad se vive en la incertidumbre de cuáles
son las versiones verdaderas de las vidas y acontecimientos. Empero, no se
requiere una cultura muy vasta para poder dar con los gazapos en el cine. A los
errores de ubicación histórica o cronológica, hay que sumar los errores de
utilería, para los cuales no hay querellas judiciales. No se puede enjuiciar a una compañía por un Nerón
que contempla el incendio de Roma, mientras luce un reloj pulsera. En una
astracanada se admite eso y mucho más, pero en una cinta que presume de
seriedad histórica es una aberración.
La película rusa “Iván El Terrible” no estuvo
ajustada a la verdad histórica. Con trajes magníficos y ángulos fotográficos
nuevos se deformó la verdad. ¿Quién fue Iván? ¿Por qué se le apodó “El Terrible”?
¿Nadie se acuerda de lo sufrido por la familia de los Strelsi. Nada de eso
apareció en la pantalla fuera de los artísticos perfiles y las escenas
grandiosas. Por faltar a la verdad en películas se puede enjuiciar, pero
solamente cuando se perjudica la reputación. Sin embargo, cuando la mala
reputación es convertida intencionalmente en buena, nada se puede hacer
judicialmente.
La película “El Ciudadano” causó incomodidad en
la familia del periodista norteamericano William Randolph Hearst y hubo esbozos
de juicios.
Los factores personales y colectivos (de países)
tienen idénticas reacciones ante el problema en cuestión y se producen los
conflictos judiciales y las prohibiciones. Es que el mundo vive hoy del aceite
de la reputación y su adulteración causa enojo e incomodidad, porque todos
siempre piensan en las prodigiosas aceitunas de la verdad, que aunque escasas
se buscan con incansable afán.
Recopilación de: Alejandro Glade R. /Escrito por: Victoriano
Reyes Covarrubias.