Por: Victoriano Reyes Covarrubias.
Victoriano Reyes C. |
Estamos en la época en que todos los años el calendario nos bombardea con santos y compromisos. Los días áridos en que vivimos hacen que esta época sea de lucha interna y externa, en cuanto a voluntad y presupuesto. Las apariencias y el “deber social” golpean la conciencia de las personas que en otros tiempos de holgura acostumbraban “feriar” a sus parientes y amistades de acuerdo con el santoral.
La supresión de las visitas en
muchos hogares, a causa de la estrechez económica, es un problema candente. En
ciertos casos, para seguir como antes, los dueños de casa han impuesto una
reglamentación draconiana, la que anuncian entre bromas que tienen visos de
cartel, que “no admiten visitas sin regalos”. Está bien. Pero el reverso del
problema es el drama de la persona que regala algo. ¿Por qué los regaladores no
son protegidos?
¿Acaso la precaria situación
económica no les afecta también? Se nos dirá que somos mezquinos, no obstante,
la cordura debe primar cuando la zarabanda de precios es una locura.
No decimos que se regale un
alfeñique, aunque éste no es tan barato.
El regalo generalmente lleva en
sí una intención de afecto, prerrequisito que le da su verdadero valor. Por
ende, ¿qué de particular tiene que el regalador envíe la fotografía de una
camisa nylon con su respectiva corbata? ¿Por qué no ha de sentirse feliz una
persona al recibir la silueta recortada en papel de una olla a presión? Los
regalos son prácticos.
Esto no es de humorista, sino de
gentes sesudas y que cuidan de sus presupuestos. El regalador y el regalado
deben estar protegidos por igual.
No se puede hacer
discriminaciones en momentos de apuro como los que pasamos. Por eso, los santos
que no son populares contribuyen con su anonimato al cuidado de los
presupuestos ajenos. Para ellos nunca ha habido bombo ni regalos.
Otra idea para esquivar los gastos excesivos, es comprar un regalo y enviarlo al santo con una nota, para que lo devuelva dentro de dos o tres días. Así el objeto sirve para otro santo. Esto es algo parecido a lo que ocurre con ciertas condecoraciones… Conocemos una frutera de plaqué que ha viajado de casa en casa durante un año. El ahorro ha sido evidente para el regalador. Es cierto que el regalado tiene que reajustar su mente a la nueva modalidad. Pero en aras del afecto, debe hacer un esfuerzo para “encasillarse” en la realidad económica de nuestro medio. Todo lo brilla no es oro. Recopilación de: Alejandro Glade R. / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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