V.R.C. |
Sábado 25 de Diciembre de 1948.
El nacimiento se había incendiado
la misma noche de Navidad. Los restos de los papeles quemados estaban allí y
las figuras legendarias, aún en la posición de adoración, mostraban las huellas
de las llamas en sus
rostros y ropajes.
Esa mañana había llegado al fundo
de un amigo, y en las casas la noche anterior, los inquilinos del lugar se habían
reunido para cantar villancicos y rezar la Nochebuena. No podré olvidar jamás el
espectáculo de un nacimiento destruido por el fuego. Y sobre todo, en el campo,
en una lejanía de varias leguas a caballo desde el poblado más cercano.
En el suelo, dos o tres lagunillas;
las paredes ennegrecidas y el olor a
incendio característico. El Niño Dios y la Virgen María, milagrosamente, no
tenían huella ninguna de la acción del fuego. Los Reyes Magos parece que habían
luchado contra las llamas, porque los regalos se hallaban intactos, pero ellos
estaban derretidos. Todos los adornos de papeles de colores y pajas finísimas
del nacimiento estaban transformados en ceniza. Los corderitos del nacimiento hechos caseramente, achicharrados, con sus
lanillas negras, algunos todavía de pie y otros reducidos a masas informes.
San José quedó fuera de toda
identificación.
Registraré los restos del
nacimiento, ante el cual la Nochebuena los hombres, mujeres y chiquillos
campesinos se habían reunido con ojos deslumbrados. Descubrí los presentes más
ingenuos. Hasta frutas en canastillos pequeños había entre los papeles
quemados, y entre los escombros – el incendio fue peligroso, pues amenazó con
quemar la casa del fundo – estaba casi intacto un legajo con versos a la Señora
Doña María. Pasé largo rato leyendo esas estrofas junto al nacimiento destruido.
Recuerdo algunas:
Señora
Doña María
Yo
vengo del otro lao.
Y
a su niñito le traigo
Duraznos
priscos “pelaos”
Sobre el papel quemado, todavía
podían distinguirse manuscritas las otras que decían:
Señora
Doña María,
Yo
vengo de Pelequén.
“Amontado”
en una escoba
Viene
a cantarle el pequén.
Y también:
Señora
Doña María,
Yo
vengo de Quilicura
Y
a su niñito le traigo
Unas
peritas maduras.
Grande debe haber sido el candor
de esos campesinos cantando a la Señora Doña María. Y grande también habrá sido
su dolor al ver el fuego sin miramientos, devoró en un instante el fruto de
muchos desvelos y esperanzas.
Pero la gente lugareña se
conformó según me dijeron, porque el Niño Dios y la Virgen María habían salvado
sin un rasguño del incendio. Para el año próximo habría otro nacimiento y
nuevos cantos y regalos.
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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