V. R. C. |
Está bien que le busquemos los
tres pies al gato en estos tiempos de necesidad, pero no nos salgamos de madre.
Todo tiene su medida cuando se trata de la consideración ajena. Hay que tener
un respeto mínimo para el prójimo que tanto anhela que la industria nacional
sea la base de una prosperidad segura, continua y real.
Se ha palpado en este último
tiempo mucho de chapucería en diversos campos de la industria. Posiblemente sea
un error a primera vista, pero cuando se compran tres abrelatas en un mes y
todos se rompen y se doblan, aunque cuesten caros y se vendan con gran
propaganda y elogios, entonces la reclamación tiene visos fundamentales y
graves. Lo mismo ocurre con las sillas. ¿Por
qué no las fabrican firmes?
Si examinamos detenidamente
artículos que se fabrican para diversos usos, descubrimos que algunos
fabricantes son unos frangollones. Es natural que estos culpen al obrero de no
servir más que para un chapuz, pero con disculpas y traslados de
responsabilidades no adelantamos nada. Lo cierto es que si se compra un
dispositivo atornillado, al poco tiempo el hilo está gastado y adiós platita.
Ocurre igual que con los abrelatas.
Algunas tazas, con la primera agua caliente que se les hecha, lanzan el
grito postrero y se parten como una sandía. Y hasta sacos de papel que se
venden en el mercado están hechos, al parecer, con “malicia”, pues antes de dar
pocos pasos y con muy poco peso, el borde del saco cede y todo cae al suelo.
Recién se han dado cuenta los fabricantes de esos bolsones de papel que se
requiere un borde de cartón para firmeza, pero aun así, esos sacos son débiles y
hay que cambiarlos a menudo. Es claro, se dirá allí está el negocio. No sería
ninguna gracia tener un bolsón de papel grueso que durara una eternidad.
Empero, no vamos a la exageración, lo único que puede exigirse razonablemente
es que duren cinco minutos para poder llegar a casa.
En este problema de hacerlo todo
a prisa y mal, para poder ganar dinero y más dinero, existe la vieja costumbre
de presentar los primeros ejemplares de un artículo en excelentes condiciones,
pero a medida que va saliendo al mercado, al poco tiempo transcurrido, la
calidad disminuye, porque ya el artículo “está lanzado” y el público cree que
es bueno. Y esa calidad es ficticia, en muchos casos.
La tendencia actual es ir a lo rudimentario,
a la pacotilla, al mamarracho. Muy bonito por afuera, pero la hojarasca muy
pronto hace su aparición. Se entroniza el descuido, el afán de lo imperfecto y
en la mayoría de los objetos se advierten manos de trapo. ¿Cómo fabricar sillas
para guaguas que duren para tres generaciones? Esto parece inverosímil, pero
conocemos una de esas sillas. La hemos visto en un comedor de una casa de
tradición, en donde no hay nada artificial. Esa silla, con su madera redonda y
arqueada. La mesita que se levanta y se baja, el soporte para los pies y el
asiento y espaldar de junco, conserva el estilo de Viena. Fue hacha hace
cincuenta años y costó siete pesos y todavía presta servicios a una tercera
generación y quizá servirá para una cuarta.
Parece que hoy la cola no pega
bien ni tampoco los tornillos tienen buen hilo. Puede ser que los clavos se
doblen y la madera se trabaje en verde, lo que luego produce los desastres. Hay
muchas causas para la chapucería en algunas industrias nacionales.
Estimamos que esto hay que
corregirlo, porque no es bueno caer sentado en un comedor ante la hilaridad de
los comensales ni quedar con un abrelatas en la mano como espada de plomo después
de combatir contra soldados de lata…
Recopilación de: Alejandro Glade
Reyes. / Crónica de Victoriano Reyes Covarrubias.
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