El teatro italiano ha perdido a uno de sus más valiosos hombres. Fue Ruggero Ruggeri el mas grande actor itálico de nuestros días. No murió como Moliere en el escenario. El constante deseo que lo inflamó lo hizo ser joven, pero una flebitis hizo caer el telón del doloroso “finis”.
Ruggeri quería morir como un sacerdote, como un luchador; sin embargo,
entregó la vida en el regazo de su esposa. Al iniciar su carrera teatral a los
17 años en 1891, se hizo el firme propósito de conservarse eternamente joven.
Sus méritos fueron reconocidos en forma universal junto a Emma Gramática, Talli,
Linda Borelli y otras destacadas figuras del teatro. La renovación que
introdujo Ruggeri fue notoria en los escenarios que vibraron con su palabra
maravillosa, como la que puso desde el crucifijo en la película italiana “El
Pequeño Mundo de don Camilo”.
Hubo un tiempo en que el eterno joven pareció alejarse de las bambalinas,
con lo que el mundo se sintió apenado, dolorido. Ya no se iba a tener la
actuación fina, humana y memorable de Ruggeri, el actor que puso su calidad de
hombre y artista, ante todo. Y en ciertos aspectos era terrible: no aceptaba
sugestiones ni imposiciones de nadie. Y así pasó largo tiempo visitando el Café
de la Paix, en Paris, para leer sentado en los asientos de terciopelo rojo los
diarios y cartas, Ruggeri parecía ya en el archivo de la vida; sin embargo, lo
único que hacía era una consolidación de sus inquietudes artísticas y surgió de
nuevo brillante, con su fama estelar, y los muros de las ciudades europeas se
vieron otra vez con el retrato de Ruggeri y su reaparición en el escenario. Y
fue con más fuerza que nunca. Su juventud a pesar de los años, le hacia ser el
luchador de sus deseos, el sacerdote de su religión artística.
Ruggeri, como el gran trágico Ermette Zacconi, fue genial intérprete hasta
sus avanzados años. En ellos estaba grabado en lo más profundo de su corazón el
decir “rinovarsi o morire”. El actor italiano recién muerto electrizó de
emoción a las multitudes de todos los pueblos. Un ejemplo para muchos. Y más
aún, para los hombres que no son actores de teatro, sino de sus propias
existencias en el escenario reducido de las cuatro paredes de su casa o la
calle del mundo anónimo. Hay hombres que a los cincuenta años ya cierran,
saturados de hastío y colmados de desesperanzas, el libro de sus vidas. Ruggero
Ruggeri, como actor y como hombre alejado de la ficción, muere desesperado por
no haber seguido en su eterno deseo de juventud, renovándose con cada actuación
ante los ojos absortos de los públicos, sin esperar aplausos, sino con la única
esperanza de poder redimir la ciega violencia con los dictados de la sutil
emoción.
Zacconi decía poco antes de su muerte que no había grandes artistas en el
teatro. Sin embargo, Ruggero Ruggeri estaba aún actuando y lograba los aplausos
más calurosos. Ruggeri no aceptaba sugestiones ni imposiciones, aunque tuvo que
aceptar ahora la imposición más dolorosa: entregar a la tierra su cuerpo de 82
años y llevarse su eterna juventud.
Recopilación de: Alejandro Glade R. / escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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