Por: Victoriano Reyes Covarrubias.
Victoriano Reyes C. |
Las joyas que regaló Goethe no fueron sólo como el anillo de Carlota Buff, la heroína de “Werther”. También regaló otras a las amigas que llenaron su vida desde los catorce años hasta su muerte. Están en prosa y verso las amatistas engastadas, los topacios y los crisoberilos que a través del tiempo no han perdido nada de su primor.
Como se adornaron con estas joyas
Carlota, Catalina y Margarita de Fráncfort, así como Lilli y la señora Von
Stein. Son piedras preciosas de la literatura forjadas por el gran amador que
osciló constantemente entre los polos Alegría y Tristeza.
El anillo de Carlota, aunque
varios años han pasado (180) desde aquel día en que fue regalado, sin duda no
ha perdido su belleza. Al igual que las joyas literarias de Goethe, ojalá tenga
más fuerza con cada día que transcurre.
Las alhajas salidas de la pluma
del genio alemán fueron regaladas no sólo a las féminas que figuraron en su
emoción, sino a todas las mujeres del
mundo. Difícilmente podrán ser perdidas por sus dueñas, pues no correrán la amarga
aventura del anillo de Carlota que ahora ha sido robado en Copenhague a la
señora Alma Andersen, quien lo guardaba como un legado de familia.
Goethe, filósofo y hombre de
ciencia, como poeta amado y amador, tuvo
la palabra tierna hasta el último segundo de su vida. Forjó con su ademán final
y el ocaso de su voz, la brillante joya hecha de palabras…
Esto nos hace recordar aquel
pastor que enterró palabras en el suelo y en ese mismo sitio surgieron cañas
que tuvieron más tarde una rara sonoridad al hacer flautas sencillas… ¿Acaso
las palabras de Goethe no fueron enterradas profundamente en el corazón de las
gentes?
“Werther” ha obrado el milagro a
través de generaciones como las cañas. Si en sus páginas hay un dolor profundo,
también existe en ellas la emoción suave y transcendente de algo superior al
concepto burdo de que el corazón es una simple bomba aspirante e impelente.
Este libro cada vez que se pierde, siempre aparece en los escaparates de las
librerías. O se guarda escondido en la biblioteca sencilla, en un rincón
querido de la casa.
El anillo regalado a Carlota, que
en si contiene una carga emocional, tiene que aparecer. El ladrón vulgar o de
alta escuela, no debe destruir o negociar lo que Carlota amó y lo que Goethe
regaló en un momento único de su vida, por más que los biógrafos digan que fue
un hombre que variaba con frecuencia… El anillo tiene un valor intrínseco indiscutible.
No vaya a ocurrir que llegue a las manos de un joyero y lo transforme en una de
esas modernas y casquivanas alhajas, perdiendo así su primera y delicada
intención…
Escrito por: Victoriano Reyes
Covarrubias / recopilación de: Alejandro Glade Reyes.