LOS PERROS Por: Victoriano Reyes Covarrubias
El perro es el asistente obligado de
cualquier reunión callejera. Con su cola batiente o caída, escucha y mira.
También espera como los seres humanos la palabra de los oradores.
En los días marciales desfila con la
banda de músicos, y en los inviernos, mojado y tiritando de frío, busca en la
noche el alero protector al igual que los chiquillos vagabundos. Sobre la
parrilla mal oliente de los cauces se acurruca para recibir el calor de la
descomposición. ¡Qué vida de perro! Soiza Reilly escribió acerca del perro
"Job" que se aburrió de su vida e imitó a Werther. ¡Cuántos perros de
barrio se van para volver después de años como el hijo pródigo!
En estos días, con el azote del sol y el
fantasma de la rabia, los perros entran en capilla. Están condenados por los
hombres a morir por su espíritu vagabundo. ¿Es que puede imaginarse a un perro
de otra manera? Los perros cautivos se enferman, se ponen maniáticos y
desarrollan un odio feroz hacia los seres humanos y los animales, exepto los
compañeros de cautiverio. La gran ciudad emite el dictamen de esta condena que
todos los años se renueva.
El perro de la calle es un palomilla
más. Y también es un sereno gratuito,
porque ladra ante el desconocido que en la noche se aventura por la barriada de
sus andanzas. Jack London sugirió la conveniencia de cuidar y defender al
perro, pero al mismo tiempo limpiar las calles de los que están en abandono.
¡Felices esos perros que tienen jabones especiales y huesos de goma para que
jueguen mientras se bañan!
Con mucha razón se ha dicho que el perro
es el mejor amigo del hombre, pero no presta dinero. ¿Por qué de repente, como
desprecio, se dice "eres un perro"? ¿Será por esa virtud que el can
no tiene en relación al dinero? Esto lo entendemos a medias, porque sobre el
perro pesa un concepto dual.
La campaña anti-perruna, que todos los
años comienza en esta época, es la maldición que cae sobre estos habitantes de
la ciudad, que forman parte importante de nuestra convivencia. Hace poco,
cuando se pensó arrojarles albóndigas con estricnina, pensamos automáticamente
en los horrores de los martirios orientales, en aquellos días en que las tribus
rivales en las Celebes o en Java alineaban a los enemigos cerca del árbol de la
estricnina y los envenenaban a pinchazos. Pensamos en el salvajismo, porque los
perros, así como viven como los hombres, también mueren como los seres humanos.
De allí el caso de "Job" relatado por Soiza Reilly:
Ver morir a un perro en la calle atacado
de convulsiones por la acción de la estricnina es algo muy desagradable. Se
inmoviliza el tronco del animal y se envara rígidamente; sus mandíbulas se
aprietan y luego comienza la asfixia; las pupilas se dilatan y los temblores invaden
todo el organismo, pero no muere. Sigue un período de calma como si fuera el
perro a mejorarse, pero luego de unos minutos vuelve otra vez el acceso más
acentuado. Hay perros que soportan dos o tres accesos hasta que llegan al
segundo mortal, lo que suministra una exhibición callejera indigna de un pueblo
que tiene una Liga Protectora de Animales. Nos alegramos de que esto no se haya
generalizado. Es preferible que los cazadores de la perrera anden como vaqueros
del Far West laceando a los quiltros por las calles.
Recopilación de: Alejandro Glade Reyes / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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