Domingo 4 de Febrero de 1951
Sin contar la guerra de Corea ni
la de Indochina, la estadística mundial coloca a Chile en el primer plano en
cuanto a mortalidad infantil. Eso no se debe al mal funcionamiento de la
máquina de sumar ni a la mala jugada de un empleado de Estadística, sino a la
deficiente alimentación que tiene nuestro pueblo.
Estamos en una temporada de fruta
y vemos con horror que los niños no podrán llevarse a la boca las vitaminas
suficientes. Por la carestía, los pequeños tendrán que conformarse con mirar y
nada más que mirar. ¿Acaso no queremos a los niños? Parece que olvidamos que
son la parte más vital de nuestro cuerpo social. Son la promesa viviente de un futuro.
Si están encajonados y en fila en la necrópolis, de poco o nada servirán, salvo
para el recuerdo de los padres querendones o de los amigos fieles, y para la
estadística cruel que nos fustiga en plena cara.
La desnutrición infantil es un
hecho palpable. Lleva a la negación de la resistencia orgánica, resistencia que
es sumamente necesaria para hacer frente a las enfermedades que sitian a los
niños. La falta de frutas en su alimentación trae malas consecuencias. No se
necesita ser médico para decirlo, pero quienes velan por esta alimentación –que
son las autoridades y los padres- tienen su pecado: las autoridades, por dejar
que se suban exageradamente los precios de la fruta, y, los padres, por creer
que se debe enseñar a los niños a “no ser tentados”, mientras ellos saborean un
rico “borgoñita con duraznos”.
Los estudios realizados en Chile
sobre alimentación popular han demostrado el bajo consumo que hace la población
de ciertos artículos vitales. La fruta cada día sube más de precio, alejándose de
la mesa de la gente modesta. No decimos que esa gente nunca prueba una ciruela,
pero lo que nos interesa en la frecuencia en el niño.
En Bolivia, la gente del pueblo
el mejor regalo que envía a sus amistades es una cesta llena de toda clase de
frutas que alegran de antemano con sus colores. Aquí, país exportador de
frutas, no podemos regalar ni un membrillo “corcho” porque quedamos en la
calle. ¿Pobres colegiales! Aunque les salgan boqueras con el membrillo golpeado
en la pared, anhelarán esa fruta que también estará por las nubes. Se dirá que
para eso está el dulce de membrillo, las mermeladas diversas, los jugos que se
expenden en botellas elegantes y las jugueras de las fuentes de soda, y por último
las píldoras de vitaminas. Pero el asunto no es de reemplazantes, sin poner en
duda su poder alimenticio, sino de fruta directa por razones altamente
fisiológicas.
El niño al ver una pera de agua
sufre un estímulo en sus glándulas salivales y si se come esa pera el bolo
alimenticio es perfecto y nutritivo por equilibrio funcional. Pero se le hace
agua la boca sin probar la pera, el estímulo inútil se transforma en irritación
orgánica y mental muy perjudicial. ¡Ah!
Se debe esconder la fruta entonces, en las ventanas y puertas de los comercios
para evitar el mal… o bien bajar los precios para poder comprar. No se trata de
“buscarle el cuesco a la breva”. Pero los hombres maduros de hoy que tienen la
palabra y que tuvieron infancia, no deben ser egoístas en un asunto que
beneficia a los niños como es la fruta
en su alimentación. Las sales de la fruta ayudan a disolver los alimentos y
llevan las substancias necesarias para
construir los tejidos del cuerpo del niño, porque el niño “se construye” y seremos unos malos
arquitectos de la sociedad si no
empleamos buenos materiales en su construcción.
Recopilación de: Alejandro Glade
R. / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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