miércoles, 3 de agosto de 2016

La fruta y el niño

Domingo 4 de Febrero de 1951


Sin contar la guerra de Corea ni la de Indochina, la estadística mundial coloca a Chile en el primer plano en cuanto a mortalidad infantil. Eso no se debe al mal funcionamiento de la máquina de sumar ni a la mala jugada de un empleado de Estadística, sino a la deficiente alimentación que tiene nuestro pueblo.

Estamos en una temporada de fruta y vemos con horror que los niños no podrán llevarse a la boca las vitaminas suficientes. Por la carestía, los pequeños tendrán que conformarse con mirar y nada más que mirar. ¿Acaso no queremos a los niños? Parece que olvidamos que son la parte más vital de nuestro cuerpo social. Son la promesa viviente de un futuro. Si están encajonados y en fila en la necrópolis, de poco o nada servirán, salvo para el recuerdo de los padres querendones o de los amigos fieles, y para la estadística cruel que nos fustiga en plena cara.

La desnutrición infantil es un hecho palpable. Lleva a la negación de la resistencia orgánica, resistencia que es sumamente necesaria para hacer frente a las enfermedades que sitian a los niños. La falta de frutas en su alimentación trae malas consecuencias. No se necesita ser médico para decirlo, pero quienes velan por esta alimentación –que son las autoridades y los padres- tienen su pecado: las autoridades, por dejar que se suban exageradamente los precios de la fruta, y, los padres, por creer que se debe enseñar a los niños a “no ser tentados”, mientras ellos saborean un rico “borgoñita con duraznos”.

Los estudios realizados en Chile sobre alimentación popular han demostrado el bajo consumo que hace la población de ciertos artículos vitales. La fruta cada día sube más de precio, alejándose de la mesa de la gente modesta. No decimos que esa gente nunca prueba una ciruela, pero lo que nos interesa en la frecuencia en el niño.

En Bolivia, la gente del pueblo el mejor regalo que envía a sus amistades es una cesta llena de toda clase de frutas que alegran de antemano con sus colores. Aquí, país exportador de frutas, no podemos regalar ni un membrillo “corcho” porque quedamos en la calle. ¿Pobres colegiales! Aunque les salgan boqueras con el membrillo golpeado en la pared, anhelarán esa fruta que también estará por las nubes. Se dirá que para eso está el dulce de membrillo, las mermeladas diversas, los jugos que se expenden en botellas elegantes y las jugueras de las fuentes de soda, y por último las píldoras de vitaminas. Pero el asunto no es de reemplazantes, sin poner en duda su poder alimenticio, sino de fruta directa por razones altamente fisiológicas.

El niño al ver una pera de agua sufre un estímulo en sus glándulas salivales y si se come esa pera el bolo alimenticio es perfecto y nutritivo por equilibrio funcional. Pero se le hace agua la boca sin probar la pera, el estímulo inútil se transforma en irritación orgánica y mental muy perjudicial. ¡Ah!  Se debe esconder la fruta entonces, en las ventanas y puertas de los comercios para evitar el mal… o bien bajar los precios para poder comprar. No se trata de “buscarle el cuesco a la breva”. Pero los hombres maduros de hoy que tienen la palabra y que tuvieron infancia, no deben ser egoístas en un asunto que beneficia  a los niños como es la fruta en su alimentación. Las sales de la fruta ayudan a disolver los alimentos y llevan las substancias  necesarias para construir los tejidos del cuerpo del niño, porque  el niño “se construye” y seremos unos malos arquitectos de la  sociedad si no empleamos buenos materiales en su construcción.



Recopilación de: Alejandro Glade R. /  Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.





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