miércoles, 20 de junio de 2018

Dominios de Zabulón

 Por: Victoriano Reyes Covarrubias.
V. R. C.

Hay muchas personas que viven invitándose mutuamente para jugar al póker, a la canasta o al telefunken. Otros juegos de naipes también entran en la invitación y las puertas de las casas se abren como templos de Zabulón. ¡Cosa inofensiva! Sirve esto para entretenerse, para escapar del atroz aburrimiento y estar a la moda en cuanto a juego. Ya no se juega al burro ni a la brisca.

Pero en todas estas sesiones se apuesta dinero, mucho o poco, pero dinero al fin que lleva en si mismo la ambición humana.

La generalización de esta costumbre ha engendrado un problema de educación, cuya gravedad puede llevarnos a corto plazo al destrozo total de los haberes psicológicos. Y si son haberes los amenazados, el asunto adquiere interés, porque en un momento dado la bancarrota puede ser inevitable… Bien sabido es que los jugadores – hombres y mujeres de todas las edades – se arriman a la mesa de juego en un estado psicológico bien definido; el deseo de ganar. Los dueños de casa y los invitados, sin excepción, aportan ese deseo, el que, a medida que se juega, se transforma en un “estado de trance” que se traduce a la vez en actitudes. ¡Y todo sólo por distraerse! Zabulón no perdona a nadie y todos pasan por lo mismo. De esto surge el “picado”, jugador que pierde y pierde y se esfuerza patológicamente en ganar; el “despelucado” o limpio de bolsillo aunque no de alma, puesto que piensa  en “la revancha en la misma casa”; el “campeón” o “campeona” que da la vuelta olímpica a la mesa de juego sin ganar aplausos, desaire que no le duele cuando se ha “despelucado” bien a todos los contrincantes; y la ganadora del “barato”, la empleada doméstica, que recibe agradecida la demostración  generosa…

El asunto de la educación está en que los dueños de casa jamás deben “despelucar” a las personas invitadas a jugar o a las visitas. Pueden guardar sus deseos de ganancia para cuando ellos sean invitados. La única concesión que tienen es quedar en empate caballeresco, honroso y social. Lo menos que debe pedirse en estas invitaciones es verdadera sociabilidad y no un ambiente de garito disimulado. En múltiples ocasiones las sesiones de juego en “casas particulares” terminan en amarguras que no de demuestran y en deseos de revancha  (suena mejor venganza).

La educación ajustada a la “verdadera invitación social” no permite el “despeluque” ejercitado por los dueños de casa.

Se dirá que esto es hilar muy delgado, pero  ¿no vemos que cada día se destruye más la vida de relación a causa del descuido de estos pequeños detalles?

Lo único que se escucha en las sesiones interminables es el léxico monótono y desesperante: cartas, basta, escala real, cuatro ases, dos cartas, salí, alza, corta, canasta, pozo, roba, bota, ¿me voy?, te pillé, puntos, etc. Después en la calle o en otras casas, los comentarios abundan, pero hay censura en las opiniones… ¿Por qué? Cuestión de educación, se dice, pero el problema va más allá…

Cuando en las casas “muy particulares” hay de esas ruedas de barquillero que llaman ruletas, entonces la educación salta más fuerte que la bolita. Es que es el mismo negocio con diferente decorado.



Recopilación por: Alejandro Glade Reyes. / Crónica de Victoriano Reyes Covarrubias.




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