La carta me emocionó. Fue escrita seguramente por alguna persona ya crecida, pero con pocos años de colegio. Y la escribió a nombre de una viejecita que clama por la yerba para su mate.
“Por favor, señor si usted puede hacer algo para que no suba
más la yerba, se lo agradeceré con el alma. Es lo único que tomo”, decía la
carta.
Parece que por las tierras de Curicó escasea el artículo, y
por ende, su precio ha subido.
Me imagino a esa viejecita junto al brasero, bebiendo el mate
que constituye su vida. Su dramático clamor me ha hecho olvidar todo aquello
desagradable que dijo Gil de Otto sobre el mate. Las penas se van con la yerba;
el hambre se mitiga, y la conversación se intensifica y se prolonga. En
realidad, en los campos aún la yerba es codiciada por las gentes sencillas.
¿Para qué el café y el té? El café tiene un aire metropolitano, de elegancia,
de cosa sumamente cara, esquivo y engreído. El té, por su parte, con sus
sabores de Oriente, también se prodiga poco y pasa enclaustrado por una hurí
que se deja ver solamente ante los grandes señores. Además, el “teísta” forma
una secta secreta, que da pasos clandestinos y está adquiriendo la psicología
del pirata, aunque de un pirata de cartón sin aventura y desprovisto de romance
grosero o delicado.
Es por esto que la yerba adquiere una magia. Para la
viejecita todavía constituye una salvación para sus penas y para sus recuerdos.
Ruega que no le quiten el sustento de su corazón o por lo menos que logre
comprar lo necesario para pasar el invierno, quizás el último de su vida…
“Se lo agradeceré todo el resto de mi vida”. Así dice al
final de la carta. Y un nuevo pensamiento surge con aquello del “resto”. ¿Le
quedará mucho que vivir o muy poco? De todos modos, ella espera la magia de la
yerba, esa magia que tiene una influencia grande en su ánimo. La infusión clorofílica
no debe faltarle en los últimos años de su vida. La yerba mate es menos
estimulante que el café y el té, según se ha dicho desde tiempo inmemorial,
pero la ciencia sabe ahora que las tres bebidas poseen una igual cantidad de
cafeína. Bien, estos líos son de la fraternidad hipocrática.
La viejecita, sin duda, conoce la técnica para cebar el mate,
Con los años que tiene, ha perfeccionado sus ademanes y la dosis. Y más que
todo, relatará junto al brasero cosas de antaño, cuando ella era niña y la
yerba era buena y barata. Esa yerba cantada por Rubén Darío y Yamandú
Rodríguez.
Recopilación de: Alejandro Glade R. / escrito por: Victoriano
Reyes Covarrubias.
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