martes, 15 de diciembre de 2015

¡Hija mía!

24 de Mayo 1950 Ultimas Noticias.
V.R.C.
La explicación quedó suspendida en una atmósfera de amargura. Hubo un momento en que todos los rostros nos parecieron caricaturescos.

Los automóviles circulaban y los transeúntes esperaban el momento propicio para soltarse de la esquina y ganar el otro lado de la calle. Un tranvía llegó al paradero con estrépito. Se abrió la puerta y bajo una niña de dieciocho años pero en una fracción de segundo la nariz cromada de un automóvil   se introdujo en el trecho entre la puerta del tranvía y la acera. El conductor frenó súbitamente y el coche lanzó el alarido mecánico característico  que hace volver la cabeza al más indiferente de los mortales. La niña había salvado milagrosamente de la muerte. En su vestido azul quedaron las huellas de las manos de la Gran Señora.

Todos los que vieron la escena retuvieron el aliento. El automóvil debió pasar por el otro lado de la calzada, por donde las puertas del tranvía iban cerradas. Y si no había más remedio para avanzar, por lo menos disminuir la marcha era lo elemental.

Hasta aquí el asunto es vulgar, cosa de todos los días, infracción monótona y desesperante. Pero la anotación tiene su colgajo doloroso. La niña era acompañada por su padre, un caballero de cincuenta años, que también vio a su hija casi debajo de las ruedas del automóvil. A este caballero nada le pasó, porque todavía estaba en la pisadera del tranvía cuando el automóvil llegaba como un celaje junto a ellos. Todos los presentes esperaron que el grito de   “hija mía!” lanzado por el padre hubiese estado acompañado de la correspondiente amonestación para el  conductor del coche. Al comienzo hubo un ademán de indignación en éste caballero al acercarse al coche cerrado para enrostrar la carencia de sentido común en el volante, pero todo se derrumbó. El gesto de indignación se transformó de repente en una sonrisa complaciente y en un saludo muy cortés. Y hasta alargó la mano efusivamente a través de la ventanilla abierta del coche.

Tranvía frente al Mercado Central

-¡Vaya, vaya, era usted!
-Cómo leva…
-Aquí vamos.
-Casi…Casi…
-¿Cómo están por su casa?
-Hasta luego.

El dialogo fue muy rápido, nervioso, pues el coche tenía que seguir, pero el tranvía ya había partido. Algunos transeúntes se miraron extrañados. Y al pasar el padre y la hija junto a nosotros, escuchamos un fragmento de conversación:

-Pero, papá ¿por qué no llamaste la atención de ese señor?
-Espera, hija…
-Es que, casi me mató. No debió pasar por ese lado.
-Ya pasó, no fue gran cosa…
-Pero mira papá cómo me dejó el vestido.
-Ya te compraré otro.
-Tu obligación era haberlo retado.
-Sí, sí, pero debes tener en cuenta que lo conozco y tengo negocios pendientes con él…

Esto último sonó como vidrio hecho añicos en el pavimento. Fue algo como si se hubieran clavado las puntas de los vidrios en el corazón. Quitamos la vista. Afortunadamente llegó otro tranvía con una sonajera endemoniada y no escuchamos más.



Recopilación de: Alejandro Glade R.


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