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V.R.C. |
El desamparo en que viven algunos
niños nos mueve a escribir estas líneas. Existe en el problema de la vagancia infantil
una buena intención, pero lamentablemente la concentración de esfuerzos no
llega a producir frutos deseados. Hay algo esporádico en la acción.
Otra vez se tiene el doloroso
espectáculo de los niños que vagan. Se dirá con énfasis que hay instituciones
especiales para ellos o que muchos de los asilados se fugan para seguir sus
andanzas. Sin embargo, existen casos en que la argumentación sobre el estado de
ellos no es tan fácil.
Hemos conversado tranquilamente
con uno de estos niños que andan por las calles a merced de la suerte. Su
pobreza no la tomamos como credencial, sino como una desgracia. Nos detuvimos a
observar la viveza de sus ojos y a escuchar sus palabras que tuvieron por
instantes un efecto aplanador sobre su mirada. ¿Sentía alguna pena grande?
El niño no tendría más de trece
años, edad peligrosa y fatal para muchos si no se les cuida física y
moralmente.
-¿Por qué vagas? – le preguntamos.

El modo de presentar su caso nos
llamó profundamente la atención. La mente despierta del niño no se opacó ante
las preguntas. Por el contrario, pareció desahogarse. Uno de los presentes se
interesó en este exponente de la vagancia santiaguina para matricularlo en una
institución conveniente, ya que el pequeño, por voluntad, deseaba mejorar su
condición. Le dio la recomendación requerida.
Todo parece bien, pero lo malo
salta a la vista. ¿Es manera de ayudar al niño desamparado o combatir la
vagancia infantil ésta de las recomendaciones? Si se cree a un niño de malas inclinaciones, al
igual que una fruta podrida que va a corromper a los demás. ¿no hay psiquiatras
para apartarlos o guiarlos? La recomendación en este caso es una maldición a
horcajadas sobre la pobreza.
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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