V.R.C. |
Con los nuevos puentes del Mapocho, nuestra capital ha ganado en su maquillaje, aunque este sea de concreto armado. Tanto mejor. El mejoramiento de Santiago, en muchos aspectos, se ha presentado como una necesidad desde hace mucho tiempo. La construcción elemental, como lo es un puente en una ciudad como la nuestra, hace que la durabilidad y resistencia no sean como únicos requisitos para la estructura, sino también la gracia y la belleza.
En realidad el puente que más
contribuye a la belleza de la ciudad será aquél que sea lo menos puente posible
y que a la vez sea un espacio glorificado de la calle. En el puente mapochino,
frente a independencia, se ha logrado esa glorificación, al igual que frente a
Recoleta. La finalidad utilitaria no se ha descartado, pero en bien de la
estética, se ha combinado perfectamente con la belleza. Y ¡vaya! Que necesita estética ese lado de la
Estación Mapocho.
La re-estructuración del puente Independencia
llevará, sin duda y sin demora, a la transformación total de ese sector. La
Estación se transformará en un terminal ferroviario de primer orden, pero tiene
que desaparecer también el cuadro de arrabal que hay en los alrededores.
Nuestra capital es una ciudad de
contrastes: a unas pocas cuadras de un Barrio Cívico imponente hay verdaderas
pocilgas; junto a la moderna bomba de bencina bebe agua sucia el caballo
escuálido de los “breques” y “cabritas”, y junto a un puente agradable, de
líneas suaves y modernas, la miseria vagabunda, los harapos humanos en
hacinamiento, se muestran como una llaga bajo el dombo de concreto quitando
todo aquello de “glorificado” que la nueva estructura ha puesto en la calle y
sobre el río. Es evidente que una ciudad en desarrollo tenga estos claro-oscuros,
estas baldosas blancas y negras, sobre las cuales pisamos a diario. Los puntos
negros de la ciudad deben ser desplazados de una vez. El palomillaje en el
Mapocho parece ya una cosa endémica y un eterno contraste, aunque en sus
orillas se levanten los más desafiantes
edificios o se extiendan los más bellos puentes. ¿Acaso en otras ciudades no
ocurre lo mismo y durante siglos? Esta pregunta es un consuelo para la gran
mayoría, empero, las nuevas modalidades urbanas, el nuevo sistema de vida los
preceptos de la higiene contemporánea y la misma historia de las ciudades dicen
que estos focos desagradables y perniciosos tienden a desaparecer, aunque
muchos de ellos sean reconocidos y pintorescos viveros de una humanidad
tremendamente real. Las modernas ciudades de Mumford no son un sueño.
Santiago está en un sitio ideal,
Y el sitio es la consideración primera en la construcción de una bella ciudad o
aldea. De esto no podemos quejarnos. Pedro de Valdivia tuvo buen ojo. Pero toca
a los urbanistas y municipalidades la tarea de no afear el sitio elegido. Los
nuevos puentes del Mapocho son magníficos y hay que seguir adelante. Una cosa
pide la otra.
Recopilación de crónica por: Alejandro Glade R.
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