V.R.C. |
Madame de Tracy dijo en cierta
ocasión memorable que los que nada hacen se creen capaces de hacerlo todo. Quisiéramos
que se meditara esto ante la visión grotesca de los que miran trabajar a otros.
Un clasificador al momento diría
que hay dos clases de observadores: el que mira con desprecio, dando a entender
que es capaz del trabajo que observa y mucho más, y el que mira con ojos
alucinados y que pellizca la piel para convencerse del prodigio que está
viendo.
Estas dos clases de observadores
tienen el común denominador de la ociosidad, algo de ese grito de “Yo no
trabajo” de una opereta famosa, o algo de Nirvanismo.
En la calle Ahumada, en ese tramo
en que se realizaron rápidos trabajos en el pavimento, los grupos de
observadores eran numerosos. Es posible que muchos fueran transeúntes que miran
medio segundo y pasan, pero los más eran observadores de profesión. Los adultos
han mirado durante horas enteras cómo las perforadoras eléctricas han trepanado
la corteza dura del cráneo de la calle, mientras los brazos fornidos de los
obreros temblaban sin cesar. Las máquinas tocaban una sinfonía brutal, un
concierto de percusión semejante al segundo tiempo de “La Carrera de los
Cometas”, del músico de “Gog”. La atención de ese público en la calle nos hizo
recordar el asombro de aquel rey africano que visitó a Londres y vio por
primera vez el funcionamiento de estas perforadoras. A su regreso al corazón de
África las incluyó con un motor especial, en su orquesta de la jungla junto a
los tambores balubas y a los gritos
destemplados de sus súbditos. ¿Algún mirón desearía tener una perforadora en su
casa para amenizar los bailes modernos?
Pero sigamos: los ociosos que se
aglomeran y se instalan como en tribuna para ver trabajar olvidan que el libro
de Job dice que el hombre ha nacido para trabajar, como el pájaro para volar.
Pero ¿no estamos, acaso, en una época en que se trata de evitar el trabajo como
si fuera un veneno? Al momento se recuerda la ley del menor esfuerzo, los
avances tecnológicos la semana de un día, las jubilaciones prematuras para los
buenos y sanos y la poltrona.
A la persona que no trabaja se le
aguza el tacto, es decir cuando se trata del trabajo manual. Pero ¿qué
contrasentidos tiene esta vida! Si nos fijamos en los característicos que
abundan en esta ciudad, llegamos a la conclusión desesperante de que por tener
fino tacto son les que más trabajan… mientras legiones de pacíficos ciudadanos
siguen mirando cómo trabajan los demás.
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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