Cada vez que recuerdo el
incidente -cuyo relato se debe a un informe confidencial reciente- veo que l
película de la vida repite los mismos cuadros, pero en diferentes situaciones y
con otros personajes. En buenas cuentas, las actitudes humanas se repiten
aunque parezcan diferentes a primera vista. El caso es de nuestra capital, que
aun tiene acequias en ciertos barrios, lo que le da sabor a aldea.
La mujer de la reclamación llegó
ante el funcionario y le dijo: -No me atrevo a reclamarle personalmente a mi
comadre, por eso vengo aquí. Mi comadre, que es mi vecina, echa desperdicios
putrefactos en la acequia que pasa por el de los sitios. Tengo una parrita bajo
el cual “sombreo” en las tardes de calor, pero ya no puedo estar allí por las
miasmas que despide la acequia. Mi comadre tiene la culpa, pero no quiero
disgustarme con ella, por eso le ruego intervenga en mi favor.
-Muy bien, señora, veremos el
asunto y aplicaremos la reglamentación.
En realidad, el asunto se vio
tres días después y la comadre fue citada a la oficina de inspección. El
funcionario explicó el caso y la comadre respondió:
-No hay tales desperdicios ni miasmas
para la vecindad… Yo puedo traer una testigo de que la acequia la mantengo
limpia, muy limpia.
-Bien traiga la testigo.
Y la testigo no fue otra que la
misma vecina que había formulado la reclamación, El funcionario, sorprendido
ante esta coincidencia, reprimiendo una carcajada, preguntó muy serio:
-¿Puede atestiguar usted que la
acequia de la casa de la señora (su comadre) está limpia y no perjudica a la
vecindad?
´Mi comadre, señor, es muy limpia
-respondió al momento la testigo-. La acequia no deja nada que desear. La han calumniado…
Sí, han calumniado a mi comadrita.
El funcionario sonrió y
comprendió la situación de las comadres, una que formuló a hurtadillas la reclamación,
y la otra, sin quien la había formulado, que recurría a la propia reclamante
para que la salvara.
La reclamante no se atrevió a
sostener su queja frente a su vecina y comadre, y así fue como el funcionario
comunal se sonrió y les dijo como despedida:
-Si tienen un cañoncito traten de
arreglar la acequia… En cuanto a la parra… ¿Vaya! Quedan despachadas…
Y las dos comadres salieron de la
Alcaldía muy contentas y conversando de lo simpático que era el funcionario y
de lo mala y calumniadora que era la gente…
Recopilación de: Alejandro Glade R. / escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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