Hay una legión poco conocida de hombres que se ganan la vida con la posteridad. Por las calles de nuestra capital y por los caminos polvorientos de los pueblos vecinos, andan estos hombres con atados de retratos ampliados, con marco y vidrio a precios convencionales. ¿Quién no desea tener un retrato grande en el sitio de honor? ¿Y la posteridad?
Así van de puerta en puerta,
tocando la fibra humana de la vanidad o del sencillo deseo de tener un recuerdo,
con el retocado fotográfico pagadero al contado o en cuotas. Dura tarea para
quienes realizan verdaderas caminatas en despoblados para llegar hasta la casa
que espera la ampliación fotográfica, que será mas tarde el comentario de la
familia y de los vecinos curiosos.
Este comercio está muy difundido
y ya las órdenes han obligado a crear profesiones bien delimitadas, como los
bromuradores y retocadores. Pero fuera de ese campo técnico, existe la parte
humana estricta, es decir, esa que sirve de levadura al comercio mismo del
retrato ampliado, con marco y con entrega a domicilio.
Ocurre que, en casas sumamente
humildes, en donde la pobreza se ve en todos los rincones, se encuentran estos
retratos colgados en las paredes. El contraste es visible a primera vista o
bien cruza el pensamiento de que se trata de una familia venida a menos. ¿No
habla el retrato a gritos?
Si, el retrato habla a gritos:
ella muy peinada, con una sonrisa en los labios, con traje de novia completo, Enel
que no falta el velo, ni la cola graciosa, ni el ramo de rosas, y él, el novio,
el dueño de casa, con leva y pantalón de fantasía, en pose magnífica, sin
faltarle ni el detalle del ramito de azahares en la solapa ni los albos guantes
en la mano de artística actitud. La primera idea, como dijimos, es de que en
otro tiempo, cuando contrajeron nupcias, eran gentes de recursos… aunque fueran
los trajes alquilados. Empero, la verdad es siempre otra: los trajes de los
novios son injertados por los retocadores y los novios solamente han puesto la
cara. El trabajo en maravilloso y nada denuncia la artimaña de los falsarios, a
pesar de que los vendedores de posteridad (el retrato queda), preguntan siempre
qué clase de traje gustan ostentar los clientes es estas ampliaciones artísticas.
Y así, lo que no se puede tener
hace tiempo en el momento de la ceremonia nupcial, la varilla mágica del
retocador lo brinda con creces. Hemos visto retratos en que en la fiesta que
sigue al matrimonio, las caras de los invitados son personajes de la ciudad, lo
suficiente para vanagloriarse de las amistades…
Los vendedores de posteridad
realizan una labor sentimental extraña de puerta a puerta. Son, como diría el
doctor Juarros, una clase de hombres que
van por el mundo haciendo verdaderas enmiendas a la vida…
Recopilación de: Alejandro Glade
R. / escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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