Juan Montalvo viajó hace poco en avión a Montevideo para pagar la visita permanente de Rodó a Quito.
Este intercambio de bustos se ha
hecho en nombre de la cultura americana. Y la ocasión nos trae a primer plano
las obras del recordado pensador ecuatoriano y maestro de las letras
castellanas.
Hoy las quijotadas mueven a risa,
porque las gentes se han tornado prácticas… Y lo que Montalvo dijera de Don
Quijote adquiere un relieve especial. En su “Buscapié”, prólogo de un libro
inédito titulado “Ensayo de imitación de un libro inimitable o capítulos que se
le olvidaron a Cervantes”, aparecen algunas observaciones que valen la pena
recordar ante la prédica en pro de lo practico que se hace en todas partes.
Reconoce Montalvo que Don Quijote, miserable representación de la impotencia,
infatuado, ridículo y desvanecido, no es necesario hoy para nada. No obstante,
afirma que el Quijote simbólico, encarnación de la verdad y la virtud en forma
de caricatura, es inmortal. Su persona moral pertenece a todos los tiempos y
todos los pueblos.
Que reconfortante es leer estas
páginas de Montalvo. En la actualidad el que se comporta como un Quijote gana
el título de tonto y es palmoteado en la espalda, con sorna, por los doctores
del “tiempo es oro” y de la ganancia monetaria y espiritual… ¿Acaso siempre
debe hacerse una cosa por el beneficio personal que engendra? ¿No puede darse
un paso en el infinito, mirando las estrellas?
Hay hombres que siguen la norma
del Quijote, desprovistos de su armadura de cartón. Viven en medio de grandes
desilusiones que los semejantes regalan a cada paso, y prosiguen su senda de “locura”,
sin reparar en la crítica de material plástico…Es verdad que se quedan atrás,
no por cansancio, sino porque el mundo práctico posee más “drive”, ese impulso
que, a menudo, hace madurar a la fuerza y a tropezones la felicidad.
Resulta extravagante, en cierto
modo, pensar así en una época de velocidades y de electrónica prodigiosa. Pero
si fijamos nuestra atención en los contrasentidos modernos, descubriremos
fácilmente que hasta el más rápido de los viajeros lleva un amuleto para que le
vaya bien. ¿Qué de extraño tiene entonces la inclinación de venerar al
simbólico Quijote en medio del rechinar de ruedas de la vida diaria y el gesto
utilitario de la mente?
Ese viaje del busto de Montalvo
nos aviva el recuerdo del “Buscapié”, en cuyas páginas generaciones beberán el
agua clara de la sensibilidad para seguir adelante con la despreciada, pero
incomparable “locura”.
Recopilación de: Alejandro Glade Reyes / escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
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