V.R.C. |
Siempre llegaba de repente. Ahora
se ha ido de la misma manera. Tenía que ser así. Poseía un dinamismo contagioso
y su palabra inequívoca y cordial jamás dejaba a la espera. Amigo de sus
amigos, tomó desde sus años mozos el sendero del servicio. Y no lo abandonó.
Murió dejando una huella clara.
Con el alma hecha de noticias,
Fernando Mardones era un vivero constante para quienes compartían con él la
inquietud de las horas fugitivas. Ya desde los primeros años de la década del Veinte
animaba las crónicas y hacia saborear la tolerancia, base de toda verdadera
amistad. Junto al rigor de las noches o bajo el candente sol, el periodista que
había en él vibraba con la más débil noticia. Y en cuanto a la amistad, a la
que siempre daba un aspecto especial, se interesaba por sus amigos, porque los
quería y daba por ellos lo mejor, aunque no siempre le devolvieron la mano. La
vida no podía tener otra faz, pero Fernando Mardones la enfrentó valiente,
decidido, sin desmayo, hasta caer y quedar sosegado.
Después de glosar la vida del
teatro y el teatro de la vida, en medio de crónicas de la más diversa índole, fue
un colaborador eficaz del gran Mr. Blake, Gerente de la Compañía Chilena de
Electricidad, empresa en la que Mardones
llegó a ser oficial de relaciones públicas. Se desempeñó ágilmente hasta el
último momento. Había en él algo que lo impulsaba a las relaciones.
Cuando lo conocimos siendo
estudiante de medicina en 1923, se veía en él al periodista. Tomaba cada cosa
como noticia, aunque fuera un árido estudio de anatomía o una sesuda fórmula
química. Todo era digno del conocimiento público. Pasaron los años y su
profesión de hombre de prensa lo llevó hasta instalar una imprenta en una
Exposición Industrial, en la que ponía en letras de molde al visitante en cinco
segundos, al estilo norteamericano. El visitante se iba feliz al ver su nombre
en los titulares de un diario que se llevaba debajo del brazo. Y Mardones lo
miraba complacido al ver la satisfacción de un anhelo ajeno.
Fernando Mardones hiso de la
lealtad una religión. Entendía en esto el lenguaje antiguo y moderno. La
fraternidad lo animaba y en medio de las peores amarguras, solía tener rasgos
de alegría, como un santo y seña para que sus amigos no sintieran dolor por él.
Su voluntad estaba abierta al relato y esto constituyó la médula de un
sinnúmero de reuniones de café. Su charla amena dio vida a las redacciones, en
donde ahora hay un sentimiento de pesar sincronizado a lo lejos por el trepidar
de las máquinas que dan el pan blanco y negro del sustento diario del gran
público. Fernando Mardones, periodista, padre, esposo amigo y servidor, partió
súbitamente. No se despidió. Decía siempre: “Vuelvo luego”. Sabemos que no
volverá, pero tampoco se irá de nosotros.
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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