miércoles, 21 de octubre de 2015

Fernando Mardones

V.R.C.
          Siempre llegaba de repente. Ahora se ha ido de la misma manera. Tenía que ser así. Poseía un dinamismo contagioso y su palabra inequívoca y cordial jamás dejaba a la espera. Amigo de sus amigos, tomó desde sus años mozos el sendero del servicio. Y no lo abandonó. Murió dejando una huella clara.

Con el alma hecha de noticias, Fernando Mardones era un vivero constante para quienes compartían con él la inquietud de las horas fugitivas. Ya desde los primeros años de la década del Veinte animaba las crónicas y hacia saborear la tolerancia, base de toda verdadera amistad. Junto al rigor de las noches o bajo el candente sol, el periodista que había en él vibraba con la más débil noticia. Y en cuanto a la amistad, a la que siempre daba un aspecto especial, se interesaba por sus amigos, porque los quería y daba por ellos lo mejor, aunque no siempre le devolvieron la mano. La vida no podía tener otra faz, pero Fernando Mardones la enfrentó valiente, decidido, sin desmayo, hasta caer y quedar sosegado.

Después de glosar la vida del teatro y el teatro de la vida, en medio de crónicas de la más diversa índole, fue un colaborador eficaz del gran Mr. Blake, Gerente de la Compañía Chilena de Electricidad,  empresa en la que Mardones llegó a ser oficial de relaciones públicas. Se desempeñó ágilmente hasta el último momento. Había en él algo que lo impulsaba a las relaciones.

Cuando lo conocimos siendo estudiante de medicina en 1923, se veía en él al periodista. Tomaba cada cosa como noticia, aunque fuera un árido estudio de anatomía o una sesuda fórmula química. Todo era digno del conocimiento público. Pasaron los años y su profesión de hombre de prensa lo llevó hasta instalar una imprenta en una Exposición Industrial, en la que ponía en letras de molde al visitante en cinco segundos, al estilo norteamericano. El visitante se iba feliz al ver su nombre en los titulares de un diario que se llevaba debajo del brazo. Y Mardones lo miraba complacido al ver la satisfacción de un anhelo ajeno.

Fernando Mardones hiso de la lealtad una religión. Entendía en esto el lenguaje antiguo y moderno. La fraternidad lo animaba y en medio de las peores amarguras, solía tener rasgos de alegría, como un santo y seña para que sus amigos no sintieran dolor por él. Su voluntad estaba abierta al relato y esto constituyó la médula de un sinnúmero de reuniones de café. Su charla amena dio vida a las redacciones, en donde ahora hay un sentimiento de pesar sincronizado a lo lejos por el trepidar de las máquinas que dan el pan blanco y negro del sustento diario del gran público. Fernando Mardones, periodista, padre, esposo amigo y servidor, partió súbitamente. No se despidió. Decía siempre: “Vuelvo luego”. Sabemos que no volverá, pero tampoco se irá de nosotros.

Recopilación de: Alejandro Glade R.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las joyas de Goethe

 Por: Victoriano Reyes Covarrubias. Victoriano Reyes C. Las joyas que regaló Goethe no fueron sólo como el anillo de Carlota Buff, la heroín...