miércoles, 14 de octubre de 2015

Verdad de la Noche.


V.R.C.

     
   Siempre se habla de la noche con afanes poéticos, sobre todo cuando la luna suspendida baña la tierra. Es muy bello todo lo que surge de la quietud y la penumbra, del claroscuro de las cosas. Y aún más, cuando la cara de la muñeca blanca no se asoma en el espacio, la oscuridad tiene sus misterios, la sugestión de lo invisible, el secreto de la incógnita. Es por eso que los versos abundan con cantos a la noche. Empero, en la gran ciudad, la noche tiene aspectos no poéticos que vale anotar. Dura es la verdad pero hay que decirla. El abandono es mortal a ciertas horas. Los “sacos de carbón” que hay en las calles en el paso de algunos parques, nos  hacen recordar esas manchas negras que se ven en el firmamento cuando las estrellas brillan. ¿No es una aventura demasiado realista cruzar esos espacios oscuros?



Nos decía un señor que se conforma con todo, porque, según él,  ”ha vivido demasiado” que el peligro de la noche solamente perjudica a los noctívagos, a los trasnochadores empedernidos, y que está bien que les pase algo para que se enmienden en sus hábitos de vivir. Es un criterio muy simplista por cierto, porque el señor en cuestión olvida que una ciudad como la nuestra exige que alguien se quede despierto para que otros duerman, no por falta de sueño, porque bastante dormilones somos, sino para que al día siguiente las cosas marchen sin interrupción y cada uno tenga la indispensable para la vida.

Las personas que andan de noche por las calles no son únicamente los re-moledores,  o los trasnochadores crónicos. La experiencia habla de que el ochenta por ciento de las personas son trabajadores.  Ya son obreros de fábricas o construcciones que atraviesan todo Santiago, para entrar a las siete de la mañana. Es fácil encontrarlos a las cinco de la  madrugada en su viaje diario, y una lucha con la locomoción en horas críticas de los cambios de turno. También se puede ver a las tres y media de la mañana a los empleados de las fuentes de soda que terminan su turno y se recogen a sus casas. TY los dueños o administradores de esos comercios, que también pasan, aunque parezca extraño, a tomar una tacita de café en otra fuente de soda… para luego irse a dormir. Conocemos a un joven empleado que entra a trabajar a las tres de la mañana en una confitería que pasa abierta toda la noche. El personal de los diarios, tanto de talleres y de redacción, también es amante de la noche por necesidad. Y se puede ver cómo todos estos trabajadores anhelan descansar. Es claro que algunos se quedan enredados más de la cuenta en el café o el boliche pero son los menos. Y así, la enumeración es interminable. Hay gente que tiene que trabajar de noche, como los radioperadores que reciben noticias. Y en esto no olvidemos que mientras Santiago se dispone a dormir, en otras partes del mundo la gente despierta para la nueva actividad del día. Y hay que estar alerta a esa actividad, aunque lejana.

Para ¿a qué viene todo esto? Simplemente a que si no se desea cuidar los huesos de los noctámbulos y amantes de la francachela, se cuide la anatomía de los que trabajan y que tienen que transitar por el lomo de la noche. Las autoridades policiales no deben abandonar ni un instante la vigilancia en los sitios peligrosos de la ciudad. Sabemos que la topografía del delito no ha cambiado. Una distracción del ojo alerta en la obscuridad pude ser fatal. Y en este cuidado, los noctámbulos también pueden aprovechar el beneficio, aunque para ciertos señores parezca una “Llapa”.

Recopilación por: Alejandro Glade R.


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