V.R.C. |
Las fiestas primaverales están ad-portas y las reinas surgen al amparo del entusiasmo juvenil. Está bien que todos los años el espíritu renueve la alegría al igual que las hojas de los árboles. En esta ocasión pasada ya dijimos que triste espectáculo se dio con la división estudiantil, los orgullos, las intrigas y los afanes absurdos. La risa no admite división salvo en el caso de que fuera enfermiza, patológica, o producida por gases en una sociedad artificial de misántropos… La risa siempre ha sido más espontánea que el llanto.
Las muchachas que están
actualmente en el trance de ser candidatas a reinas de primavera para grupos de
barrio, fábricas, colegios clubes y profesiones forman todas la pulpa de un
gran sentimiento de alegría que durante un año ha permanecido adormilado y que
ahora, con la aparición de los colores vegetales, pugna por salir fuera de
nuestra piel.
Nos hemos acercado a una de estas
bellas jóvenes. Nos llamó mucho la atención el hecho de que pese a su gracia y
a su verdadera estampa de reina, se
mostrara enemiga de figurar aun entre las precandidatas.
-Agradezco infinitamente la
distinción que desean hacerme todos mis compañeros de trabajo y el público en
general, pero no puedo… en el fondo de mi corazón no lo deseo… perdonen.
-¿Por qué tan extraño
pensamiento?
-No hay nada de raro. Es algo
natural, muy natural.
-Usted tiene todas las
probabilidades de ganar en la elección, según nos han informado… Su mayoría
sería tremenda.
-Sí, lo sé, pero hay algo en mi
interior que me dice que no, hay algo que me da miedo.
-¿Qué?
-La experiencia, lo que he visto
en pasadas ocasiones, el ambiente en que vivimos me horroriza…
-No le comprendemos… ¿Le ha
ocurrido algo?
-A mi personalmente nada, pero
les confesaré que me aterra ser candidata a reina de la primavera y pensar en
mi retrato pegado en las paredes de las casas, en los postes de las calles y en
los micros con deformidades hechas a lápiz, con bigotes de terrorista con motes
obscenos y mil muestras más de incultura. No quiero que mi retrato permanezca
después de meses y años a la vista del público con la aureola canallesca de la
calle…
Ella terminó de hablar y callamos.
Le encontramos toda la razón del mundo. Hubo en sus labios una sonrisa, una
sonrisa que sólo las reinas pueden dibujar en el lienzo siempre renovado de la
primavera.
Recopilación por: Alejandro Glade R.
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