V.R.C. |
Desde la alta meseta del Tibet, los
lamas sumergidos en el marasmo de sus sueños han considerado los problemas de
un mundo en lucha como incidentes entre niños. Legendaria ha sido la
indiferencia ante todo lo que ocurre más allá de las fronteras que Sven Hedin
cruzó para darnos una visión de la existencia
de lamasarios misteriosos y villorrios,
cuyo exotismo sobrepasa toda imaginación. No hay duda que de esos relatos
surgió en parte, la maravillosa novelesca de James Hilton, “Horizontes Perdidos”,
con el recordado Shangri-la que vino a satisfacer un anhelo de quietud, de bondad
y de infinito.
Con la guerra civil de China, las
fronteras del país de los lamasarios se ven amenazadas, Los refugiados llegan a
las grandes puertas en busca de amparo, mientras Buda rasga sus gruesos labios.
Escena de Horizontes Perdidos, 1937 |
El valle de la Luna Azul se llena de rumores y
los sacerdotes han detenido sus ruedas de oración, para montar guardia junto a
los arcanos del Yunan y del Amni-Machen
para que los forasteros no violen los misterios heredados. El Tibet ha gozado
fama, como sabemos, de ser una tierra apartada, otro planeta, indiferente a las
convulsiones políticas y a las matanzas de la guerra. Se le ha creído un paraíso, no obstante, después de
setecientos años el Valle de la Luna Azul de los sueños se ha revelado tal como es. Y los
refugiados de todas clases, que visten sedas y joyas deslumbrantes de Cathay o
andrajos repugnantes de calleja sórdida, han visto ya que en ese país de
leyendas las pasiones son iguales a las de otras partes. No hay nada de la
novela famosa. Es verdad que ésta fue una ficción con los trajes y el ambiente
de la tierra del Dalai Lama, arreglada en forma convencional para satisfacer
nuestra ansia de verdad, de paz y construcción.
El asombro de los fugitivos, sin
duda, fue grande. Por los caminos largos y penosos cayeron y se levantaron con
la esperanza de llegar al oasis soñado. Por el paso entre las montañas nevadas
y azotadas por el viento portaron su carga de sufrimientos corporales y
mentales, para arribar al valle… ¡Desilusión! Todo era igual.
En el país de los lamas, país que
imaginábamos apacible, la política también tiene su enorme rueda de oración y
altares primorosos desde los tiempos de Kublai Khan. En cónclaves eufóricos, los lamas, junto a
sus secretos, pierden y ganan partidas y contrapartidas como en cualquier “maelstrom”
político. Usurpan y derrocan; traicionan y hacen pactos y también matan… ¿Qué?
Sí, los lamas también saben organizar como cualquier mortal, aunque la
reveladora Alejandra David Neel haya dicho que esos sacerdotes necesitan la
mística palabra “hik” para bien morir.
Esta dura realidad ha sido un
dolor más para los que han llegado a golpear en las enormes puertas.
Entretanto, Buda sonríe, pero sin
dejar de pensar en lo triste y miserable de la condición humana. ¿No fue él
quien dijo antes de morir que nada es durable? Ni la tranquilidad en el Valle
de la Luna Azul…
Recopilado por: Alejandro Glade
R.
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