sábado, 3 de octubre de 2015

Romance del Mar

Transatlántico "United States"  14 de Julio 1952
       Como barco de tarjeta postal, con las velas desplegadas en el piélago, el cuatro palos “Pamir” viaja rumbo a Sudamérica. Zarpó de Hamburgo hace algunos días cuando el transatlántico “United States” ganaba la “cinta azul” de la travesía del Gran Charco.

El contraste nos llama la atención: una nave moderna, veloz, con intrincado sistemas hidráulicos,
"Pamir" cruzando el Cabo de Hornos  1949
generadores, compresores, en fin, con materiales suministrados por ochocientas firmas industriales , y un buque a vela que se aventura en la inmensidad como en los antiguos tiempos a  merced de los vientos. ¿Cómo se revive la epopeya de los “windjammers”! Parece que se volviera  con el “Pamir” a las legendarias carreras de los veleros que acarreaban trigo entre Australia e Inglaterra, pasando por el Cabo de Hornos, o bien, a los prolongados cruceros de los bergantines que dieron renombre a capitanes, a puertos lejanos y a bellos libros.


Los nombres Joseph Conrad y de Alan Villiers surgen por mágica asociación con los veleros Villiers se quedó en su reciente libro “Mares del Monzón” de que el Océano Indico ya no tiene ningún buque a vela “bona fide”, en los vientos del comercio entre Bombay Y Ciudad del Cabo. Estos buques también han desaparecido de otros océanos por mandato del progreso. Es verdad que las modalidades de la vida en el mar han cambiado fundamentalmente. Las tripulaciones ya no poseen, como antes, el espíritu de aventura, y están sitiadas en todas partes por las necesidades económicas que les esperan en tierra. Y si existe aún ese espíritu, aparece  muy constreñido en viajes esporádicos como el que ahora realiza el “Pamir”. Aunque se zarpe con un rumbo determinado, los vientos a veces muestran sus caprichos. La taimada actitud de las corrientes y la parálisis atmosférica, son azares que cuentan mucho hoy en los cálculos económicos de un viaje. El viento es un combustible barato, pero las tripulaciones ganan salarios cada día que pasa.

"Pamir"
Es evidente que el romance está en esas maderas bien templadas de los cascos, maderas acariciadas suave y rabiosamente por el agua salada; en el lento chapotear del agua en la proa, el susurro del viento cálido en los cordajes y en las velas. Y contemplar aferrado a un obenque el planeo de albatros. Hay belleza en este aspecto de la vida del mar. Y al hablar de contrastes, nos resulta un poco “shocking” que los pájaros marinos huyan frente a las moles que devoran el millaje con gesto frenético. ¿Qué retrogrado suena esto último! Empero, sin poner vallas al progreso en la comodidad y el ahorro de tiempo, obsesiones lógicas de la época, el espíritu también se siente cómodo con la visión de las velas henchidas, y el tiempo, aunque se hace más largo en las tediosas travesías nos ahorra el nerviosismo de las velocidades.


Tal vez sea una chifladura pero ¿ha observado alguno de ustedes como grandes y chicos miran buques a vela que se presentan navegando en las tapas de las cajas de chocolates, que se exhiben en las ventanas? En esa contemplación muda se anida un deseo inequívoco de romance. Casi todos nos sentimos capitanes o cocineros de esos barcos que navegan junto a nuestra imaginación.

Recopilación por: Alejandro Glade R.

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