domingo, 25 de octubre de 2015

Público Delincuente.


V.R.C.
                  Estamos en una ciudad en que el delito hace estragos. La topografía de la delincuencia nos habla de barrios sórdidos y de un público que, mimetizado con los acontecimientos diarios, está acostumbrado a la estampa del malhechor. Pero no se puede tener un ánimo indiferente cuando el público se comporta mal en secciones más abiertas de la ciudad, que por su ubicación podría pensar de otra manera. Es cierto que el público no razona a veces, sino que actúa por impulso emocional. No obstante, la disciplina que debe observarse al vivir en una ciudad no puede quedar abandonada en ningún momento. ¿Acaso el origen de lo que llamamos ciudad no obedeció a esa disciplina que se hacía necesaria?

Lo que vemos aquí a diario es desagradable, pues nos imaginamos que aún vivimos en una jungla, en la que sólo se actúa en forma primitiva. SE dirá con desenfado que “en todas partes se cuecen habas”, pero quien vive de ésta conformidad contribuye eficazmente a una convivencia retrograda.

Y todo esto viene por esos momentos de expectación que se vivieron hace poco junto al Mapocho, a raíz de una cacería policial. Un hombre robó la cartera a un transeúnte y escapó hacia el lecho del río, con la felina agilidad característica en esta clase de delincuentes. Comenzó a  aglomerarse el público en el “balcón corrido” que posee el río en ambos lados, para presenciar como dos policías de civil trataban de atrapar al ladrón. Uno de los policías corrió por la calle para atajarlo más arriba y el otro bajó al agua, sin zapatos y con el pantalón subido, para cumplir mejor su misión. El público aumentó en forma increíble. Hasta de los automóviles salía gente para arrimarse al borde del río y observar la escena.

Quedamos desalentados. El público se puso de parte del delincuente. Algunas voces salieron con rabia y cayeron como latigazos sobre el policía que se acercaba con cautela, para apresar al ladrón, que estaba de pie, sin moverse, en el extremo de una península, sin poder huir más por las aguas que allí pasaban densas.

-¡Cómetelo! ¡La gracia que vas a hacer!

Estas y otras frases no sólo eran lanzadas por zarrapastrosos, sino también por gente que se llama decente…

Sin duda, se trata de un público delincuente, que ha olvidado que se debe contribuir a la seguridad individual y colectiva. Ya se desechó ese pedido oficial que se hizo hace tiempo para que la gente cooperara con la autoridad para reprimir la delincuencia. Con esta hostilidad de parte del público, es difícil progresar por mucha ciudad que se tenga. Lo único que se consigue es alentar y fomentar la delincuencia en todas partes. Así como se daña con gritos hostiles en contra de los que velan por nuestra seguridad, así también se perjudica con el silencio y la inercia.



Recopilación por: Alejandro Glade R.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las joyas de Goethe

 Por: Victoriano Reyes Covarrubias. Victoriano Reyes C. Las joyas que regaló Goethe no fueron sólo como el anillo de Carlota Buff, la heroín...