V.R.C. |
Estamos en una ciudad en que el
delito hace estragos. La topografía de la delincuencia nos habla de barrios sórdidos
y de un público que, mimetizado con los acontecimientos diarios, está
acostumbrado a la estampa del malhechor. Pero no se puede tener un ánimo
indiferente cuando el público se comporta mal en secciones más abiertas de la
ciudad, que por su ubicación podría pensar de otra manera. Es cierto que el
público no razona a veces, sino que actúa por impulso emocional. No obstante,
la disciplina que debe observarse al vivir en una ciudad no puede quedar
abandonada en ningún momento. ¿Acaso el origen de lo que llamamos ciudad no
obedeció a esa disciplina que se hacía necesaria?
Lo que vemos aquí a diario es
desagradable, pues nos imaginamos que aún vivimos en una jungla, en la que sólo
se actúa en forma primitiva. SE dirá con desenfado que “en todas partes se
cuecen habas”, pero quien vive de ésta conformidad contribuye eficazmente a una
convivencia retrograda.
Y todo esto viene por esos
momentos de expectación que se vivieron hace poco junto al Mapocho, a raíz de
una cacería policial. Un hombre robó la cartera a un transeúnte y escapó hacia
el lecho del río, con la felina agilidad característica en esta clase de
delincuentes. Comenzó a aglomerarse el
público en el “balcón corrido” que posee el río en ambos lados, para presenciar
como dos policías de civil trataban de atrapar al ladrón. Uno de los policías
corrió por la calle para atajarlo más arriba y el otro bajó al agua, sin
zapatos y con el pantalón subido, para cumplir mejor su misión. El público
aumentó en forma increíble. Hasta de los automóviles salía gente para arrimarse
al borde del río y observar la escena.
Quedamos desalentados. El público
se puso de parte del delincuente. Algunas voces salieron con rabia y cayeron
como latigazos sobre el policía que se acercaba con cautela, para apresar al
ladrón, que estaba de pie, sin moverse, en el extremo de una península, sin
poder huir más por las aguas que allí pasaban densas.
-¡Cómetelo! ¡La gracia que vas a
hacer!
Estas y otras frases no sólo eran
lanzadas por zarrapastrosos, sino también por gente que se llama decente…
Sin duda, se trata de un público
delincuente, que ha olvidado que se debe contribuir a la seguridad individual y
colectiva. Ya se desechó ese pedido oficial que se hizo hace tiempo para que la
gente cooperara con la autoridad para reprimir la delincuencia. Con esta
hostilidad de parte del público, es difícil progresar por mucha ciudad que se
tenga. Lo único que se consigue es alentar y fomentar la delincuencia en todas
partes. Así como se daña con gritos hostiles en contra de los que velan por
nuestra seguridad, así también se perjudica con el silencio y la inercia.
Recopilación por: Alejandro Glade
R.
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