Reloj de bolsillo, Waltham con locomotora, año 1900 |
Ese reloj
Waltham, gordo antiguo con su máquina perfecta, está guardado en un
estuche de terciopelo. El heredero lo muestra sólo a sus más íntimos amigos. Su
abuelo lo adquirió en tierras lejanas.
Peinando ya canas y con el
Waltham en sus manos, el heredero relata a grandes rasgos la vida de su
antepasado, que vivió largos años junto a las labores del campo.
Fue un abuelo raro. Se casó tres veces, una en Europa y dos en
Chile. En Estados Unidos adquirió el reloj y después siempre lo llevó consigo
atado a una gruesa cadena de plata, adornada con una libra esterlina colgante.
Montaba a caballo con una agilidad pasmosa. Y por momentos se ponía divertido,
a pesar de sus cejas enmarañadas que le daban un aspecto iracundo. Se jactaba
de poseer un par de zapatos que le servían durante cuarenta años. Y los zapatos
solamente se le gastaban en la curva y cavidad que hay en la suela por delante
del taco…El contacto con el estribo era la causa.
En las tardes de verano se
sentaba bajo los grandes árboles del jardín inmediato a la casa. Leía, daba
algunas órdenes a los inquilinos, y sacaba su enorme reloj para acariciarlo.
-¿Por qué renguea Ño Pedro? –
Preguntaba -.Que le manden a su casa al viejo Aureliano, “el aliviador”, para
que lo mejore.
Otras veces era la mujer de algún
inquilino que iba a tener familia la que necesitaba auxilio. Ayudaba a todos en
la mejor forma.
Pero el abuelo siguió
envejeciendo y acariciando su reloj. Estaba ya viudo y sus hijos emigraron a la
ciudad, porque detestaban el campo. Sólo lo querían para unas cortas vacaciones
y con amistades foráneas.
El día en que cumplió 93 años de
edad, el abuelo se levantó muy de mañana, sin la ayuda de nadie. Se puso sus
mejores espuelas, con rodaja grande. Y siempre con su agilidad admirable se
dirigió al patio y ordenó que le ensillaran el alazán.
-¿No va a tomar desayuno, patrón?
– le preguntó la vieja sirviente campesina.
-No… cuando vuelva, mejor…
Y montó e picó espuelas. Tomó el
camino que seguía hacia la línea del ferrocarril. Poco antes de llegar a la
tranquera junto a la ferrovía, sacó el reloj y vió la hora. Esperó. Luego
atracó la cabalgadura a los palos para sacarlos y pasar. Lo hizo sin apearse y
guió su caballo por la línea. De súbito apareció el tren en la curva cercana y
el abuelo comenzó a golpear fuerte para embestir como un Quijote imaginario
frente a los molinos de viento.
El reloj Waltham quedó intacto,
mientras el abuelo suicida y la cabalgadura siguieron hacia mejor vida.
Lo curioso es que el reloj
ostenta en la tapa de atrás una locomotora antigua, de chimenea ancha,
incrustada en oro. Sin duda, cuando acariciaba el reloj, había sido su
obsesión. ¿Tantos años mirándola!
Ahora, en el estuche de
terciopelo, el reloj de plata duerme con su historia, y la locomotora de oro ha
tomado un color rojo sangre con el tiempo.
Recopilación por: Alejandro Glade R.
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