V.R.C. |
En la barriada todo era
pesadumbre. Flotaba en todo momento una tristeza que se pegaba a las puertas y
ventanas de las casas, cuyos moradores tenían un paso lento. ¿Qué maldición
había caído en ese trozo de la ciudad?
Mientras en la plazoleta cercana
los vehículos daban vuelta para regresar al “centro”, el panorama que ofrecían
las circunstancias parecía una promesa de evasión. Nunca esa barriada había estado
tan sombría aun en los días más claros. Los chiquillos, las mujeres y los
hombres, todos estaban roídos por un mal invisible. Podría haberse dicho que
llevaban escondidos un desaliento o una dolencia que se traducía en un gesto
triste, en un rictus de cuasi-fastidio o mansedumbre artificial.
Las empleadas domésticas
transitaban largos trechos por la calle; los comentarios en voz baja quedaban bailando
como hojas en el viento, se levantaban y caían, para tomar nuevos bríos en las
esquinas con la primera ventisca humana. Y así transcurrieron semanas y meses.
Cada día la populosa calle parecía morir
de un mal desconocido. En el interior de las casas existía el mismo clima.
Todas las mañanas el despertar era una mala noticia, un obstáculo, una extorsión,
una especie de suplicio de graduado torniquete. Con el pasar de las horas la
amargura se acentuaba.
Toda iniciativa se veía
desbaratada por ajenos caprichos y cálculos foráneos. Hasta el más humilde
plato de comida estaba influido por el ambiente pesado de la barriada. ¡ Y cómo
había sido esa calle antes! Sus árboles alegres en cada primavera decoraban el
gesto colectivo; el griterío callejero
era un cascabel agradable porque encerraba las risas infantiles; el sonido, la
locuacidad sana y la buena vecindad de los adultos subrayaban la vida, sin
agrios pensamientos ni desalientos cotidianos.
Pero una mañana, como un milagro
bíblico, la barriada amaneció alegre. Cada vecino parecía haber empavesado su espíritu;
cada chiquillo se mostraba regalado de todas las dichas y las empleadas
domésticas se pusieron sus mejores “pilchas”, no sólo para comentar, sino para
caminar airosas por la calle. Las caras de todos eran otras. La transfiguración
en los vecinos y en las cosas era evidente. En la calle y en el interior de las
casas hubo una renovación… la renovación que todos esperaban. ¿Qué había
ocurrido? ¿A qué se debía este fenomenal cambio en el ánimo de todos?
Sencillamente, el almacén de la
esquina había cambiado de dueño…
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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