miércoles, 23 de septiembre de 2015

Milagro en el Barrio


V.R.C.


    En la barriada todo era pesadumbre. Flotaba en todo momento una tristeza que se pegaba a las puertas y ventanas de las casas, cuyos moradores tenían un paso lento. ¿Qué maldición había caído en ese trozo de la ciudad?

Mientras en la plazoleta cercana los vehículos daban vuelta para regresar al “centro”, el panorama que ofrecían las circunstancias parecía una promesa de evasión. Nunca esa barriada había estado tan sombría aun en los días más claros. Los chiquillos, las mujeres y los hombres, todos estaban roídos por un mal invisible. Podría haberse dicho que llevaban escondidos un desaliento o una dolencia que se traducía en un gesto triste, en un rictus de cuasi-fastidio o mansedumbre artificial. 


Las empleadas domésticas transitaban largos trechos por la calle; los comentarios en voz baja quedaban bailando como hojas en el viento, se levantaban y caían, para tomar nuevos bríos en las esquinas con la primera ventisca humana. Y así transcurrieron semanas y meses. Cada  día la populosa calle parecía morir de un mal desconocido. En el interior de las casas existía el mismo clima. Todas las mañanas el despertar era una mala noticia, un obstáculo, una extorsión, una especie de suplicio de graduado torniquete. Con el pasar de las horas la amargura se acentuaba.

Toda iniciativa se veía desbaratada por ajenos caprichos y cálculos foráneos. Hasta el más humilde plato de comida estaba influido por el ambiente pesado de la barriada. ¡ Y cómo había sido esa calle antes! Sus árboles alegres en cada primavera decoraban el gesto colectivo;  el griterío callejero era un cascabel agradable porque encerraba las risas infantiles; el sonido, la locuacidad sana y la buena vecindad de los adultos subrayaban la vida, sin agrios pensamientos ni desalientos cotidianos.

Pero una mañana, como un milagro bíblico, la barriada amaneció alegre. Cada vecino parecía haber empavesado su espíritu; cada chiquillo se mostraba regalado de todas las dichas y las empleadas domésticas se pusieron sus mejores “pilchas”, no sólo para comentar, sino para caminar airosas por la calle. Las caras de todos eran otras. La transfiguración en los vecinos y en las cosas era evidente. En la calle y en el interior de las casas hubo una renovación… la renovación que todos esperaban. ¿Qué había ocurrido? ¿A qué se debía este fenomenal cambio en el ánimo de todos?
Sencillamente, el almacén de la esquina había cambiado de dueño…



Recopilación de: Alejandro Glade R.






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