Los dulces y pasteles están
caros. Los niños, cuando salen de las escuelas, miran con ojos tristes las
ventanas de los comercios que exhiben las ricas golosinas. Es que los centavos
son escasos en los bolsillos y no alcanzan ni para una décima parte de un
pastel. Pero hubo un tiempo en que la muchachada del Liceo de Valparaíso podía
comprar por diez centavos un enorme “colegial”.
Quién no haya comido de esos “colegiales”
no podrá imaginarse jamás la alegría ni las indigestiones que causaban. El “colegial”
de aquellos años se fabricaba en ciertas pastelerías con las sobras de las
masas e ingredientes. Resultaba de todo ello un pastel de “peso pasado” con
sabores diversos, pues, a veces, sabía a torta de novia o a una mezcolanza de
chocolate con mermelada ácida… Estos pasteles de apariencia plomiza como los
barcos de nuestra Armada, atraían por su macicez y su precio exiguo. Tenían dos “tapas” como el sándwich
y el conjunto, por su altura y grosor, semejaba una doble barra de jabón para
lavar. La figura del “colegial” podía reconocerse a cincuenta metros de
distancia: era brillante, grande e imponente.
Algunos chiquillos caían enfermos
con fiebre después de estas orgías que eran auspiciadas por Gonzalito, un viejo
dulcero bonachón que en los recreos exhibía su cesta con la variada mercancía.
Muchos abrieron con él el primer crédito de su vida. Recuerdo a un condiscípulo,
que ahora es subgerente de un Banco, que siempre comía “colegiales” al crédito.
Gonzalito le regañaba por su cuenta ya subida de diez pasteles, que sumaban un
peso. Era el tiempo de 1918, año de las primeras Fiestas de Primavera en el viejo
puerto.
Cuando se llegaba a casa y
hacíamos las tareas con desgano, la mano solícita de la madre nos tocaba la
frente y al encontrar la cabeza ardiente nos echaba a la cama y comenzaba el
trajín con la parafernalia purgativa. Y entre el trajín se escuchaba la
pregunta:
-¿Te has comido algún “colegial”?
-…Mamá…
-Por los 39 grados del termómetro
parece que te has comido uno.
En verdad, cuando la fiebre subía
a más de 40 grados, la causa generalmente era dos “colegiales”. Y así pasaba un
día de remedios y con un justificativo otra vez se asistía a clases, para luego
salir a recreo y aumentar la cuenta en
la libreta de Gonzalito, quien se interesaba mucho por nuestra salud de
convaleciente y nos recomendaba pasteles de “peso pluma” para seguir el
consumo.
El tiempo de los verdaderos “colegiales”
pasó con muchas otras cosas. Cuando vemos ahora remedos flacuchos y caros de
esos deleites estudiantiles, pensamos en las fiebres que producían, pero
también en las alegrías que daban. Y
aunque los secretos de su fabricación eran “voxpopuli”, podíamos comprarlos con
los pocos centavos que teníamos. Los chiquillos de ahora no pueden comprar ni
una caluga. También es cierto que hombres tan buenos como Gonzalito ya no hay.
Recopilación por: Alejandro Glade R.
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