El amor a los sellos de correo es
comprendido por pocas personas. El que el mundo de la filatelia exige un
interés especial, cuya renovación constante hace que la devoción se agrande y
llegue a ser absorbente.
En todos los rincones del mundo
hay un motivo para ese amor. El sello de correo es perseguido o persigue. El
coleccionista, niño o adulto, vive en una constante inquietud respecto de las
nuevas emisiones, a los vacíos en su álbum y a la tentación del catálogo. Y
cuando se descubre un caso de acromegalia o de actinomicosis en algún personaje
del sello, por defectos de impresión, ya se sabe de antemano el alto valor de
la anomalía o enfermedad…
La Asociación Filatélica
Latinoamericana ofrece un cuadro digno de observarse. Funciona en nuestra
capital como “un lazo de unión y confraternidad de los filatélicos de América
latina y los coleccionistas del mundo”. Tiene de todo para el amante de los
sellos de correo: club y bolsa de canjes, foro, mesa redonda, enciclopedia,
expertizaje, concurso de precios y un servicio de novedades.
Los coleccionistas tienen
disciplinas científicas y artísticas. Asistir al funcionamiento de la bolsa de
canjes, que está abierta una vez por semana, es tocar un mundo casi
desconocido. Es muy sabida la compra-venta de las estampillas y los remates de
rigor, pero interesa desde el punto de vista humano el canje de sello por
sello. Para esto los coleccionistas se reúnen y muestran sus stocks. Hombres y
mujeres, niños y niñas se dedican al regateo y al examen. Se repiten en alta
voz las cotizaciones Yvert en francos o se pronuncia la palabra “corruto” que
significa “muy común” o de poco valor. El error de un sello, error legítimo, es
muy preciado, como ser el “huemul con cola” que aparece en una estampilla de
Chile de 1883. El grabador inglés, sin conocer este animal-emblema, no lo
concibió sin cola…
Pero vamos al lado humano del
canje. Intérpretes son un caballero de barba cana y un niño de catorce años. El
caballero es nada menos que un Ministro de la Corte con toda su gravedad.
Descendió de su pedestal de leyes para librar una batalla singular.
-¿Por cuales se interesa usted,
niño? Preguntó grave el Ministro.
-Por esta emisión de 1940 y sólo
por los valores de cinco y diez cents… Me falta en mi hoja de EE.UU.
-No, no, no, -respondió
suplicante el Ministro ya menos grave. Esos son para mí, por favor…
Y esta frase la pronunció con voz
temblorosa, como un ruego supremo y anhelante. El niño reafirmó su deseo como
si se tratara de un diálogo entre niños de corta edad en disputa sobre un
juguete con cuerda. El niño no soltaba los sellos. El Ministro miraba con ojos
apenados los trocitos de papel, pero se resignó a ceder. Fue como una sentencia
de condenado lo que cayó sobre él, pero con la esperanza de la conmutación de
la pena, pues al cambiarse de mesa, el viejo sacerdote de Temis dijo con
bondad:
-En fin, para otra vez será…
Y el niño sonriente y agradecido
colocó los sellos elegidos en su libreta y se dirigió a otra mesa de canje…
Recopilación por: Alejandro Glade
R.
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