domingo, 23 de agosto de 2015

El Caballero de la Luna

V.R.C.


La exhibición de comestibles envasados y sueltos era tentadora. Entró al comercio un cincuentón y se detuvo ante las delicias del paladar. La muchacha que atendía esa parte del mostrador tenía un gesto displicente en contraste con la otra hija de Eva que recibía el dinero en la jaula barnizada en un costado de la puerta principal. La muchacha vendedora preguntó con sequedad:

_ ¿Qué se le ofrece?
_Un pan negro y un poco de jamón.

Hubo unos trajines. La vendedora primero trajo un pan delgaducho que luego cambió por otro más gordo y tostado a requerimiento del comprador, que en esos momentos se acercó a la vitrina que exhibía un tiesto transparente lleno de ajís verdes.



_ ¿Cuánto valen esos, señorita?
_Tres pesos.
_ ¿La docena?
_Cada uno.
_Caracolillos.
_Parece que usted ha caído de la Luna.
_ ¿Qué?

Al pronunciar éste "Qué", el comprador reveló en su rostro la más grande de las sorpresas. Y sin perder tiempo acometió con la frase:

_Señorita, yo he preguntado si vale la docena tres pesos.
_Y yo le he dicho, señor, que si usted ha caído de la Luna _ remachó la vendedora.

El duelo estaba concertado. No había duda alguna de que el lance ya estaba en los primeros finteos, pero con estocadas a fondo. ¿Qué habría dicho Cabriñana? Aunque el viejo Marqués  siempre asoma su cabeza en el recuerdo, nada sucede a raíz de estos estados de ánimo que ya son tan comunes en la ciudad que aplana a la mayoría de los habitantes. Con un mostrador como "tierra de nadie" para el lance, nunca podrán existir disposiciones clásicas. Además, entre un hombre y una mujer no era posible un duelo con armas, porque ya pasaron los tiempos fantásticos de una Princesa folletinesca. Empero, los duelos psicológicos se libran a diario y por cientos en los comercios de la capital. Otro diría "duelos económicos".

Pero vamos al comprador. Este salió con el pan y el jamón, pero sin los ajís.

El dueño del comercio se acercó a la vendedora y con tono áspero y mercantil le hizo advertencias para que no se repitieran escenas como la observada.

_ ¿Dejaría usted que le tomaran el pelo por culpa de otro?_ protestó la vendedora.
_Aquí no se trata de pelo, sino de ajís que ese caballero deseaba comprar y que no compró.
_ ¿Y por qué no los baja de precio, entonces?
_Mire, señorita, queda usted despedida... Pase a la caja para que le paguen.

La vendedora palideció y se mordió los labios. Recibió su pago, pero antes de salir desprendió violentamente el cartel del Comisariato que decía: "El dueño puede rebajar los precios a voluntad". Y lo único que se escapó de sus labios, fué:

_ ¡Los ajís! ¿Gracias caballero desconocido que caíste de la Luna...!


Recopilación escrita por: Alejandro Glade R.






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