lunes, 31 de agosto de 2015

Desesperación Horaria

Domingo 06 de Enero de 1955

V.R.C.
El tiempo nos empuja y desespera. Hay un secreto impulso, un temor a quedar atrás, un afán de hacer lo más en un tiempo determinado. Esto crea una psicología especial, que contrasta, choca estrepitosamente, con los acompasados caracteres productos de la modorra, la comodidad y el desaliento.

Es verdad que hay muchos que alimentan el afán de celeridad, para luego perder el tiempo miserablemente. Esto ocurre,  en ciertos viajeros, que devoran distancias en forma casi supersónica, para luego aburrirse en un pueblo,  en donde se golpean la cabeza en las cuatro paredes de un hotel. ¿No sería mejor tomar el camino más lento o largo, para beber más luz e inundar la retina con paisajes? Nietzsche tuvo razón al apoyar las sendas prolongadas.

Vivir perseguido por las horas; acudir presuroso al llamamiento del reloj control; experimentar la “tantalizadora” presencia de los itinerarios; la exigencia horaria de las comidas en los hoteles y restaurantes; la cita vital y lo peor de todo, el calendario prestablecido, con horas fijas para el Sol y la Luna. ¿Acaso no es todo una tiranía insoportable? Pero, la aceptamos, empujados por la necesidad impuesta por un sistema de vida.

Esta desesperación horaria la vivimos hasta en los Estadios. En el último partido que definió el campeonato de futbol profesional, pudimos apreciar como el pasar de los minutos pone en trance a los aficionados. Entre el griterío histérico, un muchacho anuncia el tiempo que resta por jugar:

-¡Quedan diez minutos!

Y al pronunciar la frase mira el reloj, agitando los brazos en el aire y sembrando el nerviosismo en los espectadores que le rodean.

-¿Quedan cinco minutos!

-¿Por favor, quédate callado! –le dicen.

-¿Ya niños, quedan tres minutos! –prosigue el muchacho.

Y así sigue pasando el tiempo, lleno de ansiedad, poniendo el ánimo en tensión, más bien, en estado de “pathos” deportivo. En el fondo es el tiempo que huasquea el entusiasmo del “hincha”, fácil presa de una circunstancia mortificante que él mismo ha buscado. ¿Es un gozo? No. Sencillamente, el sufrimiento del latigazo horario sale a la superficie en el  griterío y el  recuerdo de los minutos finales del partido.

Después de tanta tensión, al apurar los minutos, se llega al final para caer en un sopor, en una calma derretida como cera al calor del horno de las satisfacciones o los fracasos.

Magnífica invención es aquella del suizo Dolfell, de un reloj sin marcas de minutos y horas en su esfera. Sólo tiene tres signos para indicar el Amanecer, Mediodía y la Medianoche. ¿Para qué más? Es un reloj para calmar a los nerviosos y escapar, en parte de la desesperación horaria. Vamos así que, aunque el hombre se ingenie, jamás podrá liberarse enteramente del látigo de Cronos.

Recopilación por: Alejandro Glade R.


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