Ese caballero
muy pintiparado repartía tarjetas de visita a destajo entre las personas que se
habían detenido a contemplar el incidente callejero. Hasta el representante de
la autoridad, que hacía las anotaciones de rigor, recibió una tarjeta. El afán
de darse a conocer, para que todo el mundo supiera “con quien trataba”, era
evidente. Posiblemente obedecía a un complejo o al deseo de ganar terreno, para
resolver el incidente.
Esto de las
tarjetas de visita nos llamó la atención. Es un vicio de identificación muy
propio de nuestro ambiente. Hay personas que llevan docenas de ellas, para
repartirlas en la primera ocasión y sin muchos rodeos. También es cierto que
hay coleccionistas de tarjetas.
Y las hay de
diversos tamaños. Las más pequeñas poseen una fama de poco honrosa desde hace
mucho tiempo sobre todo en las mujeres pues hacen recordar ciertos aspectos de
la vida alegre. Las más grandes son verdaderos kardex de actividades. Pero en
la de tamaño corriente, se ven detalles inusitados. La identificación varía
desde los oficios más triviales hasta
los más sesudos. Una de estas tarjetas que llegó a nuestras manos decía:
“Fulano de Tal, ortopédico mental”. En verdad, llama la atención un título
semejante, que está, sin duda, relacionado con cierta psiquiatría casera que no
sabemos si se estudia por “hobby” o constituye simplemente un título
humorístico. Hay personas que no tienen ninguna profesión y estampan su nombre
y nada más. Pero hay otras que no se conforman con esta sencillez y añaden
algo, aunque sea el anuncio modesto de que son “pensionistas de la Residencial La Estrella”.
En un reciente
manual aparecido en EE.UU. para los viajeros norteamericanos que vienen a la
América del Sur, se aconseja que vengan premunidos de un arsenal de tarjetas de
visita, porque los latinoamericanos
gustan mucho de ellas. En su país el hijo de Tío Sam está acostumbrado
al uso de tarjetas entre los abogados, vendedores y diplomáticos, solamente. Y
aún más, la tarjeta se entrega, pero es devuelta a su dueño. ¡Un ahorro
admirable! Sólo se cambia cuando está muy usada. Aquí, entre nosotros, se
reparten, y un ciento de ellas dará muy poco.
Esto de la
identificación visible en todo momento se puede apreciar en las conversaciones.
El latinoamericano tiene la costumbre de colocar el nombre de la persona en la
solapa, en una placa de papel. Y esto se hace sobre todo con los extranjeros.
Un chinito viajero decía que esto se hacía como una identificación
imprescindible, porque todos “los gringos son iguales”. El manual en referencia
no dice nada de esto, sino que aconseja el arsenal de tarjetas.
Y, dicho sea
de paso, además de las tarjetas, el manual hace diferencias de los abrazos que
se reciben en la América latina. Los clasifica en tres categorías, según la
mayor o menor cordialidad y sinceridad. La corrección se impone, pues, tocante
a Chile, podemos decir que aquí se da uno solo. El verdadero. El otro, el
falso, tal vez sea el de menor frecuencia, porque se da con una sola mano y a
distancia… a igual que una tarjeta de visita sin valor.
Recopilación
por: Alejandro Glade R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario