martes, 18 de agosto de 2015

La tarjeta de visita

      
Ese caballero muy pintiparado repartía tarjetas de visita a destajo entre las personas que se habían detenido a contemplar el incidente callejero. Hasta el representante de la autoridad, que hacía las anotaciones de rigor, recibió una tarjeta. El afán de darse a conocer, para que todo el mundo supiera “con quien trataba”, era evidente. Posiblemente obedecía a un complejo o al deseo de ganar terreno, para resolver el incidente.

Esto de las tarjetas de visita nos llamó la atención. Es un vicio de identificación muy propio de nuestro ambiente. Hay personas que llevan docenas de ellas, para repartirlas en la primera ocasión y sin muchos rodeos. También es cierto que hay coleccionistas de tarjetas.

Y las hay de diversos tamaños. Las más pequeñas poseen una fama de poco honrosa desde hace mucho tiempo sobre todo en las mujeres pues hacen recordar ciertos aspectos de la vida alegre. Las más grandes son verdaderos kardex de actividades. Pero en la de tamaño corriente, se ven detalles inusitados. La identificación varía desde los  oficios más triviales hasta los más sesudos. Una de estas tarjetas que llegó a nuestras manos decía: “Fulano de Tal, ortopédico mental”. En verdad, llama la atención un título semejante, que está, sin duda, relacionado con cierta psiquiatría casera que no sabemos si se estudia por “hobby” o constituye simplemente un título humorístico. Hay personas que no tienen ninguna profesión y estampan su nombre y nada más. Pero hay otras que no se conforman con esta sencillez y añaden algo, aunque sea el anuncio modesto de que son “pensionistas de la Residencial  La Estrella”.

En un reciente manual aparecido en EE.UU. para los viajeros norteamericanos que vienen a la América del Sur, se aconseja que vengan premunidos de un arsenal de tarjetas de visita, porque los latinoamericanos  gustan mucho de ellas. En su país el hijo de Tío Sam está acostumbrado al uso de tarjetas entre los abogados, vendedores y diplomáticos, solamente. Y aún más, la tarjeta se entrega, pero es devuelta a su dueño. ¡Un ahorro admirable! Sólo se cambia cuando está muy usada. Aquí, entre nosotros, se reparten, y un ciento de ellas dará muy poco.

Esto de la identificación visible en todo momento se puede apreciar en las conversaciones. El latinoamericano tiene la costumbre de colocar el nombre de la persona en la solapa, en una placa de papel. Y esto se hace sobre todo con los extranjeros. Un chinito viajero decía que esto se hacía como una identificación imprescindible, porque todos “los gringos son iguales”. El manual en referencia no dice nada de esto, sino que aconseja el arsenal de tarjetas.

Y, dicho sea de paso, además de las tarjetas, el manual hace diferencias de los abrazos que se reciben en la América latina. Los clasifica en tres categorías, según la mayor o menor cordialidad y sinceridad. La corrección se impone, pues, tocante a Chile, podemos decir que aquí se da uno solo. El verdadero. El otro, el falso, tal vez sea el de menor frecuencia, porque se da con una sola mano y a distancia… a igual que una tarjeta de visita sin valor.



Recopilación por: Alejandro Glade R.

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